sábado, 24 de enero de 2015

llévame a la iglesia




Les miré desde la cristalera de la cafetería. ¿Aburridos? Esa no es la palabra, de eso estoy segura. Ella se sentó delante de las naranjas, él con una cerveza, enfrente del logo de Martini, aire distante, de pie. Ella sentada. Su café, frío (seguro). Me agobia mucho la gente que entra en sitios y no se quita el abrigo. A veces se tiene tanto frío dentro, que es imposible quitarlo. Y no es juzgar, es observar. Nada más. Muchas veces yo tengo dentro todo el frío del Mundo, y seguro que alguien escribe algo acerca de la tristeza. La Tristeza. O no. Nunca lo sabré. Siempre hay alguien al otro lado.
Ellos no tenían al camarero al otro lado de la barra. Cavestany les observaba desde su lupa de lo sucio. El suicidio de la sonrisa en ese café frío. llévame a la iglesia.
A veces todo queda tan atrás que ya no te acuerdas. Ya no te acuerdas de nada. Y todo es feo. Y no hay vuelta atrás. En realidad sí. Pero qué rollo.  La cafetería era de los años cuarenta, de lo metálico, de lo feo, de los baños incómodos, del miedo en el corazón y la sonrisa en la cocina. Las Iglesias eran tan frías como esa cafetería. Las gafas de carey se amontonaban en los ceniceros. No quiero ver más películas de Russ Meyer y fumar más Gauloises. amén. Los abrigos de plumas no albergarán jamás tanto frío dentro. Las mañanas de edredón aireándose, y olor a café frío. Siempre a café frío. El poso es muy denso. Imposible de borrar.
Todo esto son suposiciones. llévame a la iglesia.

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